Si buscamos la
palabra "alumno" en el diccionario, podremos comprobar que su
definición, es decir, "persona que recibe enseñanza, respecto de un
profesor o de la escuela, colegio o universidad donde estudia", parece
describir una relación unidireccional entre el profesor y el alumno. El primero
es quien desempeña la acción, el segundo es quien la recibe.
Como es posible observar, aquí se está haciendo referencia a un modelo educativo en el que el alumno aparece como una figura meramente contemplativa. A un sistema que
parece exigir del profesor un ejercicio de adoctrinamiento, promoviendo valores
como la disciplina, la obediencia o la quietud en el aula y que acaba por
reducir su función a la imposición de ciertos conocimientos. Si bien es cierto
que la autoridad del docente no debe ser cuestionada, y que los papeles han de
estar bien diferenciados para evitar situaciones comprometidas, creo necesario
poner el énfasis en la participación activa de los alumnos en clase para lograr
que esa relación sea bidireccional, y que el profesor pueda aparecer como una
figura motivadora que encamina, estructura y arroja luz a las ideas expuestas
por el colectivo. Ese entiendo que sería uno de los aspectos a reforzar en el sistema que tenemos.
El modelo
disciplinario "fabrica" (o pretende fabricar) individuos competentes
y eficaces, dóciles y obedientes, cortados por un mismo patrón. La homogeneidad
se antepone a la creatividad individual, y todo lo que se escape del programa
de contenidos pensado, no tiene cabida. En la película La educación prohibida
se hace visible la problemática que se origina al enfocar la educación desde
este paradigma. Al primar la eficiencia y los resultados por encima del proceso
de aprendizaje, la curiosidad, que nos acompaña y caracteriza desde las más
tempranas edades, se esfuma, y en su lugar aparece la apatía, un camino fácil a
la resignación y la servidumbre. Por ello, me parece muy importante fomentar la seguridad en sí mismos de los alumnos, hacerles sentir que su opinión también cuenta.
En su Ensayo sobre
el entendimiento humano, John Locke afirmó que el ser humano es como una tabula
rasa, es decir, que llega al mundo como un libro aún por escribir y que su
comportamiento es meramente resultado de la experiencia. Sin embargo, de la
crítica a este modelo educativo, centrado en los resultados, es decir, de la
valoración del sistema de aprendizaje, no se deduce necesariamente la
afirmación de Locke. Lo que se está intentando poner de manifiesto, aunque se
reconozca el gran poder de lo cultural en lo que denominamos como identidad, es
que hay ciertas características con las que nacemos y que el sistema social
remodela en base a sus objetivos, logrando difuminar esa sutil frontera entre
naturaleza y cultura. Aunque haya gran parte de verdad en la teoría de Locke,
resulta difícil negar que, como cualquier otro animal, no vengamos al mundo con
una información previa que nos sitúa en una realidad social que nunca
llegaremos a entender por completo, y que quizá, posteriormente, nos impida
recordar esos instintos con los que nacemos que van más allá del aprendizaje.
Pero, si es posible pensar en otro tipo de educación, cabe creer que aún exista
algún reducto de libertad que escape a la cultura, aunque deba operar desde la
misma, apelando a ese instinto tan característico del ser humano: el afán por
conocer.
El verdadero aprendizaje suele partir de una disposición
psicológica para el conocer, por lo que podría postularse una correlación entre
el afán por el conocimiento y el entusiasmo vital. Podemos mostrar desinterés
por el ámbito académico si, en vez de integrar ciertos conocimientos como parte
de nuestro vivir cotidiano, los memorizamos sin más. Los contenidos nos
resultarán más atractivos si entendemos que influyen en nuestro bienestar,
satisfaciendo también nuestra necesidad de sentirnos realizados. De ahí la
importancia de fomentar la curiosidad en las aulas, propiciando una disposición
abierta al aprendizaje. Y, tal vez, dando voz a estudiantes cada vez más
comprometidos con la historia y preocupados por el futuro. Quién sabe. Pero,
como afirma Eduardo Galeano, la utopía está en el horizonte, cuando intentamos
alcanzarla nos parece más lejana, pero sirve para eso: seguir caminando.
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