Presentación:

 ¡Hola a todos!

  Mi nombre es Clara y llego al Máster tras haber estudiado Filosofía.  Hace unos años, cuando tomé la decisión, tuve que escuchar las típicas preguntas que probablemente muchos de vosotros, sobre todo los que hayáis estudiado algo relacionado con las humanidades, las ciencias sociales o el mundo del arte, también habréis sufrido, como por ejemplo: “¿y eso para qué sirve?” o ”¿qué vas a hacer después?” O bien, “yo creo que deberías elegir una carrera con salidas”.

  Ese tipo de frases me parecen la demostración de que todo lo que es valorado hoy en día debe ser tangible, numérico. Somos un número de la seguridad social, de DNI, una nota (a pie de página)…, una pieza más del engranaje. Rivalidad y competencia se estimulan para asegurar el buen funcionamiento del sistema establecido. Todo es medido en función de su utilidad mientras que, simultánea y paradójicamente, lo esencial que -en palabras de Saint Exupéry en El Principito- es invisible a los ojos, queda en segundo plano. De ahí que disciplinas como la filosofía, al basar su objeto de estudio en aspectos de la vida tan poco cuantificables y etéreos como sólidos y genuinos, no tengan la valoración que merecen. Además de ofrecer la opción de poner en duda el statu quo, al cuestionar por qué hacemos lo que hacemos o pensamos de la manera en que pensamos, lo cual no interesa.

  La educación es, sin duda, uno de los pilares en base a los cuales se establecen las decisiones de los individuos. El docente desempeña un papel determinante en lo que respecta a animar o desalentar a los alumnos. Es un empleo que conlleva una gran responsabilidad, por lo que entiendo que nadie debería hacerlo a disgusto. Y en ese sentido, cabe destacar que la escasa oferta laboral que tenemos en España (especialmente en lo que respecta al fomento de aquellos oficios relacionados con el mundo del arte), abre la veda a que muchas personas elijan este camino por motivos que distan bastante de la vocación. Trabajar como profesor se presenta como una elección muy digna, tanto para personas entregadas y entusiastas como para otras que no lo son tanto. Pero es a las primeras a quienes quiero hacer alusión, a aquellos docentes que profesan un tipo de saber centrado en abrir caminos nuevos, diferentes formas de plantear situaciones, admitiendo la opinión del alumnado y propiciando, desde el respeto y la utilización de argumentos válidos, el uso del pensamiento crítico.

  En mi caso, si no hubiera tenido la suerte de tener un profesor que supo comunicar su amor por la sabiduría de una forma dinámica, probablemente no hubiese llegado a estudiar filosofía. Gracias a él, que desmontó el escenario en el que nos habíamos acomodado, logramos introducirnos en la escena y pasar de ser observadores pasivos a actores implicados. Y creo que es precisamente eso lo que hace falta en este proyecto del que todos formamos parte, no limitarnos a presenciar los hechos desde la distancia, sino implicarnos y cuestionarnos la responsabilidad que tenemos para con el resto. Quizá ese sea el modo de aprender, junto con los otros, de conocer el mundo que habitamos y la continua necesidad de repensarlo y transformarlo.