La capacidad de liderazgo en los docentes

  Para ilustrar el tema de la actividad de hoy, hemos visto un documental, “Una clase dividida” (1985), de William Peters, y la comentado la trama de la película de “La Ola” (2008), de Dennis Gansel. La cual es una adaptación del experimento “La Tercera Ola”, realizado por el profesor de historia Ron Jones con sus alumnos de secundaria, con el fin de demostrar que las ideologías autoritarias y dictatoriales no quedaron en el pasado de la Alemania nazi, sino que, en función de cómo de lo atractiva que sea la forma de exponerlas, también pueden llegar a tener lugar en el momento presente.

  Los temas tratados en ambos, hacen visibles la gran influencia que los docentes y el entorno ejercen sobre la conducta de los jóvenes. El deseo de sentirse aceptado, es peligroso, en especial, para personas con la autoestima más débil o un auto-concepto aún por definir que, como en el caso de la película alemana, pueden verse arrastrados a cometer ciertos hechos, sólo por satisfacer esa necesidad de pertenencia a un grupo.

  En el experimento que se muestra el documental de William Peters, los protagonistas son niños bastante pequeños. Niños que creen en las palabras de su maestra, pues aún no están lo suficientemente formados como para poder opinar de forma crítica. Sin embargo, cuando sienten la dura realidad a la que se enfrentan miles de personas cada día, dividiéndose en dos grupos por el color de los ojos, es cuando realmente empiezan a tomar conciencia de los hechos, sin necesidad de saber de forma teórica lo que significan las palabras “racismo”, “discriminación” o “injusticia”. En el experimento se observa que los privilegiados abusan de su poder, mientras que los "rechazados" bajan su rendimiento, al sentirse inferiores al resto. Y algo similar ocurre en el caso de la película de Dennis Gansel, pero a la inversa. Cuanta más conciencia e identidad de grupo profesan los alumnos, cuanto más sienten que pertenecen a “La ola”, mayor es su soberbia y menor su respeto por el resto. Lo cual refleja que, si bien ese sentimiento de aceptación es necesario para desenvolvernos en sociedad, al igual que todo lo que tiende al extremo, tiene un potencial peligro.

  Tradicionalmente, el docente ha aparecido en las aulas como un líder autoritario con capacidad para suspender y castigar. El respeto hacia su profesión se conseguía desde la imposición de la disciplina y el temor a la autoridad. Pero los tiempos han cambiado y con ellos, las necesidades de quienes conforman el ámbito escolar.

  A la hora de hablar de liderazgo, Reddin (1997) distingue 8 estilos de líder en función de lo que se pretende conseguir, los cuales son:


1- Desertor 

2- Misionero 

3- Autocrático 

4- Conciliador 

5- Burócrata 

6- Progresista 

7- Autocrático-benevolente 

8- Realizador


  Si bien cada uno podrá tener su propia forma de transmitir sus ideas, dependiendo de su personalidad, podríamos reducir esos 8 tipos a dos: el liderazgo de tipo autoritario, y el que se centra en el aprendizaje significativo.

  Aunque está claro que cada uno puede seguir el estilo que vaya mejor con su modo de vivir, hay algo en lo que todos deberían coincidir y es en no ignorar el componente emocional en el aula. El docente debería estar siempre atento, en la medida de lo posible, a lo que ocurre y a lo que pueden sentir sus alumnos, con el fin de asegurar el aprendizaje significativo. Si bien esto se dificulta cuanto mayor es el grupo, es un aspecto a tener en cuenta a la hora de descubrir posibles problemas subyacentes que conlleven un desinterés por los estudios. Además, el docente debería ser capaz de motivar al alumnado o, al menos, darle la libertad, para ser la mejor versión de sí mismo. Lo cual es imposible desde la mera imposición de contenidos, sino desde la capacidad de escucha y empatía en el proceso de enseñanza-aprendizaje.



  Entiendo que, ante todo, la labor docente implica proporcionar las herramientas necesarias para que los alumnos puedan crear su propia opinión y criterio, dentro del marco del respeto por la diversidad. Lo cual es más sencillo, sin duda, si la capacidad de comunicar se trabaja adecuadamente desde su función de propiciar el crecimiento individual en aras de consolidar un proyecto común.

  El liderazgo, en tanto capacidad para influir en otras personas, no solo depende de los horizontes de referencia, sino de la habilidad para saber transmitirlos de la forma deseada. Parece evidente que, desde la perspectiva educativa, no todos los horizontes de sentido son igual de válidos para ejercer influencia verdaderamente significativa. De ahí la necesidad de tomar conciencia de nuestro lugar en el mundo y la responsabilidad que tenemos para con el resto. El verdadero líder, en contraposición a una figura meramente instructora, es aquel que se preocupa por las necesidades individuales de aquellos a quienes influye. Entiendo que sólo desde ese punto de partida será posible formar personas implicadas y mejorar la calidad de la educación.

Como suele decirse: los docentes deberían dejar huellas, no cicatrices.












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